Alicia en el pais de las maravillas
Alicia empezaba ya a cansarse de estar sentada con su hermana a la orilla del río, sin tener nada que hacer: había hechado un par de ojeadas al libro que su hermana estaba leyendo, pero no tenía dibujos ni diálogos. ¿Y de qué sirve un libro sin dibujos ni diálogos?, se preguntaba Alicia. Así pues, estaba pensando (y pensar le costaba cierto esfuerzo, porque el calor del día la había dejado soñolienta y atontada).El placer de tejer una guitnalda de margaritas la compensaría del trabajo de levantarse y coger las margaritas, cuando de pronto saltó cerca de ella un Consejo Blanco de ojos rosados.
En la madriguera del conejo
Un momento mas tarde, Alicia se metía también en la madriguera, sin pararse a considerar cómo se las arreglaría después de salir. Al principio, la madriguera del conejo se extendia en línea recta como un túnel, y después torcio bruscamente hacia abajo, tan bruscamente que Alicia no tuvo tiempo de pensar en detenerse y se encontró cayendo por lo que parecía un pozo muy profundo.
El charco de lágrimas
El Conejo se llevó un susto tremendo, dejó caer los guantes blancos de cabritilla y el abanico, y escapó a todo correr en la oscuridad. Alicia recogió el abanico y los guantes, Y, como en el vestibulo hacía mucho calor, estuvo abanicandose todo el tiempo mientras se decía: -¡Dios mío! ¡ Que cosas tan extrañas pasan hoy! Y ayer todo pasaba como de costumbre.
La casa del conejo
Alicia comprendio al intante wue estaba buscando el abanico y el par de guantes blancos de cabritilla, y llena de de voluntad se puso también ella a buscar por todos lados, pero no encontro ni rastro de ellos. En realida, todo parecía haber cambiado desde que cayó en el charco, y el vestíbulo habían desaparecido completamente. A los pocos instantes el Conejo descubrió la presencia de Alicia, que andaba buscando los guantes y el abanico de un lado para el otro.
Consejos de una oruga
La oruga y Alicia se estuvieron miramdo un rato en silencio: por fin la oruga se saco la pipa de la bica, y se dirigio a la niña en voz lánguida y adormilada. -¿Quien eres tú? -dijo la Oruga. No era una forma demasiado alentadora de empezar una conversación. Alicia contesto un poco intimidada: -Apenas sé, señora, lo que soy en este momento... Sí se quién era al levantarme esta mañana, pero creo que he cambiado varias veces desde entonces.